Como todos los años, y llegado el momento de hacer balance, me resulta inevitable evocar la sensación de angustia que experimentaba hace un año. Un nudo en la garganta se convirtió en presa que secuestraba los sabores de la Navidad; ya fuera carne o pescado, dulce o salado. Con 2010 cumplía 3 años de caída en picado. Primero un diagnóstico de cáncer, después 23 duros meses de tratamientos en vena -entre otros- que afortunadamente me salvaron la vida y, tras pedir el alta voluntaria para incorporarme al trabajo, me recibe un ‘pitufo’ (leáse pequeña persona, sobre todo por el tamaño de su corazón) con un “Ya veo que vuelves sin ganas de trabajar”. 6 meses sin tareas, totalmente aislada, y por fin el despido. Eso sí, sin decírmelo a la cara.
Comenzó 2010 con el deseo de remontar. “Ha de ser un año más que de 10, de 11” me repetía. Surgió una idea, una compañera, amiga y socia que confía en mí y a la que estoy muy agradecida. Un proyecto, muchas dudas, temores, por fin arrancamos y comenzamos a trabajar. El miércoles asistimos 5 personas a nuestra primera comida de empresa y, mientras brindábamos por el futuro, todos pensamos: “¡Gracias ‘pitufo’, por no dar la talla como ser humano!”.