Mis pilares de la tierra en la parada

Miraba mis manos y no las conocía, eran rudas y estaban ajadas, castigadas por un medio mucho más duro de buscar mi manutención que cualquiera de los que he conocido. Levanté la vista y me encontré con un escenario propio de una novela de Ken Follet. Había retrocedido siglos en el tiempo y me veía a mí misma portando un rudo vestido de arpillera que denotaba mi origen humilde y mis escasas opciones de mejorar.Era una mujer pobre en la época medieval y me encontraba en la plaza de un pueblo, con iglesia y muralla. En un lateral se agazapaban unos niños que jugaban en torno a una mesa, en un rincón de la posada local, donde un grupo de personas hablaba y bebía. Me acerqué a una pedigüeña que, a juzgar por su aspecto, llevaba todo el día en la misma postura y toda la semana con la misma ropa:-Buena mujer ¿por qué revolotean los chavales en torno a esos señores?-.Con la mirada perdida me contestó:-Son el conductor de la diligencia, el juez, la concubina del primero y la que el segundo quiere convertir en su concubina. Gente de bien que maneja cuartos y poder, no como nosotras que no tenemos donde caernos muertas.Me sorprendió la dureza con que aquella mujer describió nuestra realidad y agradecí su sinceridad, y sobre todo la información que me dio. Verdaderamente era un grupo peculiar. Mientras el conductor hablaba con una mujer verdaderamente poco agraciada, que además acusaba una pronunciada cojera («¡Las comadronas, que no saben hacer su trabajo!» había observado la mendiga), al juez se le veía desplegando todos sus encantos ante la otra mujer bastante mejor tratada en el reparto de máscaras a que nos someten antes de nacer. Ella no paraba de sonreírle, invitándole a seguir hablando y acariciando con su mirada cada palabra que el otro pronunciaba mientras devoraban juntos jamón y depuraban el vino como si de agua se tratase.-Preparan la rebelión contra el comendador, que se ha dado a la bebida y a las mujeres, lo que llaman ‘mala vida’ quienes no saben vivir. Y para no aburrirse mientras piensan, se han traído a esas dos para hacerles creer que les importan sus observaciones sobre el plan que están tramando.La mujer seguía siendo cruelmente sincera y me ponía al día con una claridad que verdaderamente agradecía. Tanto es así que me sorprendí a mí misma acercándome cada vez más a ella para no perder ni una sola de sus palabras en la distancia:-Intentan pasar desapercibidos mientras la maestra del pueblo y el posadero, que están casados pero tienen un lío entre ellos, preparan también otro plan para acabar con el comendador. El pobre sabe que van a por él, pero no sabe que quienes lo quieren liquidar más en serio son sus amigos. Cree que son los dos tortolitos ingenuos que sirven de señuelo para el verdadero plan.Aquello comenzaba a parecerse a una verdadera novela medieval, con poder, intriga, luchas sociales y un poco de lascivia, como mandan las escrituras, así que me acerqué un poco más a la mendiga, tanto que me me di un golpe en la cabeza.-Uy! Cómo duele. – Dije espontáneamente nada más notar el choque en mi frente.-Claro hija -me contestó una mujer, esta vez vestida con ropas modernas y un moderno peinado- te has quedado dormida mientras esperas el autobús.

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2 comentarios

  1. Muchas gracias, Santi.

  2. Muy bueno, atemporal, como los clásicos.Una pena, por otro lado.Saludos.Santi.

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